Bienestar psicológico y dolor crónico: un enfoque integrativo

La relación entre el bienestar emocional y el dolor persistente representa un elemento clave en la atención sanitaria, aunque muchas veces no recibe la atención que merece. La salud, en su sentido más completo, abarca tanto el estado físico como el mental.

Cuando el dolor se mantiene en el tiempo, superando los tres meses de duración, se convierte en un factor que puede afectar profundamente la salud psicológica de quien lo sufre. El dolor no es únicamente una sensación física: tiene un componente emocional y social que puede generar un fuerte impacto en la calidad de vida. Esta condición puede favorecer la aparición o intensificación de trastornos como la ansiedad o la depresión, del mismo modo que los desequilibrios emocionales pueden aumentar la percepción de dolor.

Los procesos que explican esta interacción son múltiples y complejos. Por una parte, el estrés prolongado asociado a dificultades emocionales puede hacer que el cuerpo sea más susceptible al dolor, disminuyendo su capacidad de afrontamiento. Por otra, el dolor crónico puede deteriorar significativamente la calidad de vida, dificultando la realización de actividades cotidianas y limitando la autonomía personal, lo que a menudo desemboca en síntomas psicológicos.

Esta clase de dolor repercute en numerosos ámbitos de la vida diaria, desde las relaciones sociales hasta el rendimiento profesional y la percepción que la persona tiene de sí misma. Las restricciones que impone este malestar afectan al funcionamiento emocional, generando frecuentemente sentimientos de frustración y estados de ánimo negativos.

El sufrimiento constante agota los recursos personales, dificultando la interacción social, la expresión emocional y el mantenimiento de una actitud optimista. Las personas que padecen dolor crónico a menudo ven reducida su capacidad para trabajar, lo que puede conllevar bajas frecuentes o la necesidad de solicitar una incapacidad laboral. Esta pérdida de productividad y de propósito puede afectar profundamente la autoestima, especialmente cuando el rol profesional es parte esencial de la identidad personal, pudiendo derivar en cuadros depresivos u otros trastornos emocionales.

Asimismo, las actividades recreativas también se ven afectadas. Muchas personas se aíslan, bien por necesidad de descanso, bien por sentimientos de vergüenza o desánimo. Este distanciamiento social puede agravar la situación, ya que el apoyo emocional y la conexión con otros son elementos esenciales para sobrellevar la enfermedad. Además, la alteración del sueño, muy común en quienes sufren dolor persistente, contribuye a un círculo vicioso: el cansancio físico y mental amplifica el dolor, y esto repercute negativamente en la concentración, el estado de ánimo y la estabilidad emocional durante el día.

Con el tiempo, el dolor crónico puede modificar la percepción que la persona tiene de sí misma, llevándola a identificarse con el rol de paciente o enferma. Esta transformación identitaria afecta la autoestima y puede desestabilizar el equilibrio emocional. Afrontar esta nueva realidad no siempre es fácil, y el proceso de adaptación puede generar un notable desgaste psicológico.

Felicidad Molins

Felicidad Molins

Psicóloga Sanitaria, terapeuta EMDR experta en apego, trauma y psicoprofilaxis médica, parejas, familias y adolescentes. Psicoterapia Integrativa, Terapia Sistémica y Gestalt. Psicología de la Salud.